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Entrevista con los Gigantes de ACARO Dr. Salomón Schächter

ENTREVISTA


Entrevista con los Gigantes de ACARO
Dr. Salomón Schächter


Prof. Dr. Salomón Schächter, socio fundador de ACARO, Cirujano Maestro en Ortopedia y Traumatología, con cincuenta y cinco años dedicados al ejercicio y enseñanza de la Traumatología y Ortopedia.

¿Qué entendemos por maestro?
Entendemos que todo buen argentino que en su vida haya adquirido sólidos conocimientos en un tema determinado debe transmitirlos generosa, repetida e incansablemente a sus semejantes. La misión de enseñar y aprender debe ser, a mi juicio la esencia misma de la personalidad del médico.
Todo acto médico correctamente ejecutado en presencia de quienes buscan aprender es un acto docente.
El maestro saca al discípulo de la indiferencia y de la apatía. El maestro motiva a su discípulo hacia los más altos niveles mediante la oferta de oportunidades, oportunidades de aprender, oportunidades de hacer. Simultáneamente le enseña a asumir responsabilidades y obligaciones.  El clima de emulación debe ser creado por el maestro.
El discípulo se hace en virtud de dos fuerzas: por su vocación y por la acción del maestro que supo estimular la incipiente inquietud. El maestro, el buen maestro, debe trabajar para su propia desaparición.

¿Qué es una Escuela Quirúrgica? 
Una auténtica Escuela Quirúrgica, es aquella donde la enseñanza se imparte a un grupo de médicos, donde la enseñanza tiene un método particular. Lo que se enseña debe poseer un sistema y un orden. 
“Escuela” no es sólo el lugar donde se practica una técnica quirúrgica correcta y con medios de diagnóstico de alta complejidad. Al referirme a “escuela” me refiero a la integración que existe entre el maestro y sus discípulos. La Escuela no solo aporta al cirujano conocimientos fisiopatológicos, técnicas quirúrgicas y otras formas de tratamiento, sino que contribuye a su formación integral, infundiéndole entusiasmo y curiosidad. Ganas de aprender y por ende de enseñar. 
Una “escuela” debe estimular la vocación de sus integrantes. Debe ser dinámica. Permanentemente abierta e incorporando a su acervo científico todos los avances tanto en materia terapéutica como diagnóstica. 
Insisto en que tiene que ser dinámica. Si quedara estática perdería vigencia y terminaría por desaparecer. 

¿Cuáles considera Dr. que han sido sus mayores logros?
Nuestro máximo mérito en la vida profesional es haber incorporado a nuestro ser la mística del trabajo intenso. La mística del trabajo la llevamos grabada en el corazón y en la mente. Trabajando hemos aprendido y enseñado a trabajar, estudiando hemos aprendido y enseñado a estudiar. Operando hemos aprendido y enseñado a operar.
Por otra parte, mucho hemos aprendido de nuestros discípulos, de sus inquietudes y de sus sueños juveniles. Ellos nos estimulan a mantener vigentes los ideales éticos y morales de un código de honestidad, de verdad y de justicia.

¿Qué les enseñamos nosotros a cambio? 
Hemos tratado de enseñarles a ser mejores cirujanos. En mi caso particular, menos cirujanos. Hemos tratado de llevar a su convencimiento que el mejor médico no es el que sabe más sino el que se equivoca menos.
Les hemos insistido repetidamente de que en medicina se requiere además de conocer la enfermedad, conocer al enfermo. No es lo mismo tratar enfermedades que tratar enfermos.
Quisimos hacerles comprender la importancia de la eficiencia y la pericia en el ejercicio de nuestra profesión y que cada día nuestra responsabilidad es mayor al pretender reducir al mínimo la cuota de fracaso que siempre nos acecha. 
Quisimos hacerles comprender que, si bien es importante el adiestramiento científico y técnico del médico, no es menos importante la formación ética.
Hay que educar con formación, y no sólo enseñar la información.
Tratamos de inculcar a nuestros discípulos que debían prolongar su formación de manera permanente durante toda su vida profesional. Quisimos siempre que los discípulos se plantearan interrogantes. Quisimos enseñarles a saber que no sabían lo suficiente. Nunca sabemos lo suficiente. 
Pero al mismo tiempo quisimos inculcarles que al cirujano no le basta tener el cerebro absorbido en el estudio y las manos en el trabajo. Es preciso iluminar su espíritu en la reflexión, en la autocrítica y en los repetidos exámenes de conciencia. 
Nada hay más perjudicial para el médico que la convicción de su propia suficiencia. El que se cree en posesión de la verdad definitiva, descansa en el error, tranquilo y seguro. 
Nos preocupamos que no sucumbieran víctimas del flagelo de la mediocridad, que de por si, es una desgracia, pero muchos más desgraciados son sus subproductos: la vulgaridad, la envidia, la maledicencia y la hipocresía.
Intentamos inculcarles que discordar es útil para mantener la chispa del ingenio pero que debían hacerlo con dignidad y consideración, evitando malgastar esfuerzos en sentimientos innobles.
Entre el grupo de jóvenes que nos han acompañado a través de los años vislumbramos una pléyade de hombres capaces de concebir perfecciones y vivir en aras de las mismas. Hay una pléyade de hombres que ya han alcanzado la categoría de maestros y que nos suceden en el camino de la vida.
Debemos recordarles a diario que sólo se pierde lo que se guarda. Sólo se conserva lo que se da. Debemos enseñarles a vivir en plenitud la excelsa emoción de nuestro ideal médico, traducido en un afán de perfección.
Después de todo lo que acabo de expresar me pregunto ¿todo eso es suficiente para considerarnos maestros? No lo sé. 
De algo estoy absolutamente convencido: hemos sido y seguimos siendo muy buenos alumnos.
Cada distinción que nos fuera conferida, fue sin duda un catalizador para redoblar nuestros esfuerzos para el logro de un objetivo fundamental: jerarquizar nuestra especialidad y a quien la práctica. 
El gran maestro de la ortopedia argentina, Carlos Ottolenghi, decía que es preciso amar bien lo que se hace para hacer bien lo que se ama.