Eduardo Santini Araujo
IN MEMORIAN
Eduardo Santini Araujo
Conocí a Eduardo cuando yo era alumno de Medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Buenos Aires.
El escenario fue el Servicio de Anatomía Patológica del Hospital Juan A. Fernández. Funcionaba entonces en dicha sede una Cátedra de la materia a cargo del recordado Prof. Mauricio Rapaport, a la sazón contemporáneo de mi padre. El dictado de materia era intensivo, éramos 11 alumnos así denominados “meritorios”.
En cierta manera, llevábamos vidas universitarias paralelas: él era mi Ayudante de Trabajos Prácticos en la materia Patología (si mal no recuerdo estaba próximo a la graduación con curricula universitaria sobresaliente a fin de ese año). A la par yo había ingresado a la 2ª Cátedra de Anatomía Normal concursando el cargo de Ayudante de Trabajos Prácticos “ad-honorem”.
En el anfiteatro destacaba una inscripción mural: “La muerte enseña lo que la vida oculta”.
Rapaport era reconocido como hombre poseedor de una inteligencia especial; una expresión de tal cualidad era haberse rodeado de colegas brillantes. Eduardo estaba alineado desde su juventud en brillo académico con sus colegas senior los cuales fueron, con el paso del tiempo y prácticamente todos, a la vez Jefes de Servicio y Profesores.
Rapaport había elegido bien!. Eduardo amaba a lo que hacía: claro en la exposición teórica, preciso en la descripción macroscópica, simple en la mostración microscópica.
Yo soy daltónico para cierta gama de colores; tan pronto comenzó el curso se lo expuse a Eduardo; él me guió en la identificación de las formas celulares, la ubicación de los núcleos y la disposición tisular. Él me enseñó a penetrar en la maravillosa trama íntima de los órganos y tejidos. Lo que él hizo es muy difícil, pocos son capaces, lo asevero con la experiencia personal de unos 40 años de docencia en ciencias morfológicas. La anécdota que acabo de relatar me permite fundamentar que entonces manifestó un don que lo caracterizó durante toda su carrera: parecía que él estaba presente en el mismo cuadro histológico.
Hasta época reciente mantuve vínculo profesional habitual con Eduardo, fundamentalmente como referente en la consulta de segunda opinión. Fue sencilla la labor ya que era fácil percibir el respeto que los colegas patólogos le profesaron.
En el Hospital Universitario Austral compartimos Quirófano en oportunidad de revisiones protésicas complejas y con antecedentes clínicos dudosos. El conteo de polimorfonucleares no era pues lo único que debía ser indagado en las piezas quirúrgicas: “toma ese colgajo a la derecha de la punta del bisturí” ; “veo menos de 5 PMN pero hay focos perivasculares y hay focos puriformes con detritus; te recomiendo que implantes el espaciador ”.
Eduardo decía que él, como patólogo, debía ser “un tirador de precisión”. Así ejemplificaba: “No es admisible un Informe como el siguiente: no se ven células malignas, pero si las hay son pocas”.
Con mis colegas del Hospital Universitario Austral compartimos con Eduardo una experiencia académica magnífica: un curso colaborativo con la International Academy of Pathology. Nos acompañaron entonces dos personalidades destacadas de la Patología y la Cirugía de los tumores Músculoesqueléticos: su gran amigo Franco Bertoni y el recordado Mario Mercuri. Una de las actividades fue destacadamente original: con Diego Mengelle y Walter Parizzia el día previo habíamos simulado lesiones intraóseas e intramusculares, remedando patología tumoral; luego hacíamos el estudio imagenológico. Los alumnos del curso, ortopedistas y patólogos, elaboraban el diagnóstico presuntivo y el diferencial. Franco, Eduardo y Mario definían la discusión de los casos. Luego Mario operaba siendo la intervención transmitida al aula; se simulaba una congelación y Franco y Eduardo proyectaban imágenes microscópicas características. Una vez finalizada la exéresis de la pieza, Franco analizaba los márgenes e insistía en que lo ponía de muy mal humor recibir en su Laboratorio en el Istituto Rizzoli piezas quirúrgicas de resección abiertas por el medio. Luego de una jornada académicamente maravillosa, estábamos famélicos; iniciamos la cena de camaradería con una picada de papas fritas y huevos fritos (esto era lo que más rápido nos podían ofrecer); para Franco y Mario esto era una novedad: “Ma, questo come si mangia?”. La respuesta fue inmediata: “Così!”. Haciendo honor al “tirador de precisión” Eduardo sumergió el extremo de una para frita en el centro de una yema impecablemente cocinada. A continuación, Franco y Mario se sumaron a varias rondas más de “patate con uova”.
Con Eduardo compartimos afición por la música clásica, especialmente por la ópera y muy especialmente por las creaciones wagnerianas. Cuando nos reuníamos para redactar algún trabajo o para conversar sobre diagnósticos de algunos pacientes, no infrecuentemente nos tentábamos derivando el foco de la sesión al mundo de los melómanos. Las walkirias ganaban espacio a las reacciones en catáfila de cebolla y la fractura patológica jugueteaba con la muerte de Isolda, quizás como expresión paranatural de un presagio.
La Dra. Liliana Olvi, destacada y fiel colaboradora de Eduardo, reseñaba algunos de los rasgos más destacados de su personalidad con la siguiente autodefinición: “Tengo jardín de infantes y patología ósea”. Personalmente me agrada la elección de la cita ya que tuvo en el trato personal la sencillez de un niño y brindó a lo largo de su carrera profesional la precisión que necesitábamos los cirujanos para nuestros pacientes.
Carlos María Autorino